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LA GUERRA DE LAS ALPUJARRAS: UN CONFLICTO LARGO Y SANGRIENTO EN EL CORAZÓN DE LA MONARQUÍA HISPÁNICA

Antonio Jiménez Estrella

Universidad de Granada

La rebelión de los moriscos del Reino de Granada, iniciada en la Navidad de 1568 contra Felipe II, constituyó un conflicto largo y sangriento, con orígenes complejos. Desde 1560 se había producido una escalada de ataques del corso turco-berberisco sobre las costas del reino, en un contexto de miedo al avance otomano en el Mediterráneo. Además, los moriscos soportaban un incremento de las confiscaciones de bienes por parte de la Inquisición, así como una enorme presión fiscal, pagando alrededor de 40.000 ducados anuales en concepto de servicios especiales, que servían para financiar la defensa del territorio y mantener en suspenso los decretos de aculturación de 1526, que prohibían su lengua, ritos, costumbres, bailes, baños y demás tradiciones. En 1566 había expirado la prórroga otorgada por Carlos V, y Felipe II, aconsejado por una junta de teólogos que denunciaba la práctica secreta del islam y la imposible asimilación de los moriscos, ordenaba su aplicación un año después. La medida, considerada el detonante de la guerra, se adoptaba en un contexto de tensión creciente y de ruptura del sistema de pactos cimentado desde la conquista con las elites colaboracionistas moriscas, quienes tenían como sus mejores interlocutores a los marqueses de Mondéjar, capitanes generales del reino por tres generaciones y partidarios de mantener el statu quo.

La guerra se desarrolló en varias fases. La primera tuvo lugar en la comarca montañosa de la Alpujarra, poblada mayoritariamente por moriscos, que coronaron como rey a Hernando de Córdoba y Válor, con el sobrenombre de Aben Humeya. Mientras que en el flanco almeriense el marqués de los Vélez dirigía una campaña especialmente violenta, en la Alpujarra granadina el marqués de Mondéjar intentaba conciliar medidas represivas contra los más radicales, con una política de negociación y pactos con los moderados, a fin de aprovechar sus importantes diferencias internas –por ejemplo, los alpujarreños no lograron levantar a los “acomodados” moriscos del Albaicín-. No obstante, la campaña se alargó más de lo esperado, por las características del terreno, propicio para escaramuzas y emboscadas, por la extrema violencia de las compañías de milicias concejiles, que reactivaron la revuelta en numerosas zonas, y porque Mondéjar vio discutido su liderazgo por el presidente de la Chancillería.

La siguiente fase se inició en abril de 1569, cuando, ante el estancamiento de las operaciones, se temió un importante apoyo militar del imperio otomano a los rebelados. Felipe II era consciente del peligro que suponía la internacionalización de una guerra en el mismo corazón de la Monarquía Hispánica, cuando pretendía convertirla en la potencia hegemónica en Europa. Decidió nombrar a su hermanastro, don Juan de Austria, general en jefe del ejército real, al frente de un importante contingente de tropas del tercio, procedentes de Italia. El asesinato de Aben Humeya por el sector más radical, cuando trataba de negociar una rendición ventajosa, y su sustitución por su primo Aben Aboo, recrudecieron aún más el conflicto. A partir de entonces, don Juan de Austria cosecharía varias victorias en el altiplano granadino, intercaladas con algunas de los moriscos. El final de la guerra, cerrada con el asesinato de Aben Aboo el 13 de marzo de 1571 a manos de sus correligionarios, estuvo presidido por las campañas saqueos y asesinatos indiscriminados de cuadrillas de soldados, muchos de ellos familiares de “mártires” cristianos, sedientos de venganza.

No cabe duda de que el conflicto de las Alpujarras fue una verdadera guerra civil en territorio peninsular. Gracias a las crónicas de Luis del Mármol Carvajal, Diego Hurtado de Mendoza y Ginés Pérez de Hita, sabemos que durante la contienda se radicalizaron los odios acumulados hacia los cristianos viejos por parte de los moriscos, una población mayoritaria pero marginada y explotada, al igual que se alentaron los viejos resentimientos de la población cristiano vieja contra los naturales, tachados de falsos cristianos y colaboradores del Turco. La Corona llegó a perder el control de la violencia legitimada y las matanzas de cristianos viejos constituyeron la excusa perfecta para las masacres de moriscos, producidas desde los primeros compases de la revuelta, y el recurso a su captura y venta como fuente de ingresos de oficialidad y soldadesca. Desde el punto de vista demográfico y económico, la guerra fue un auténtico desastre y dejó una profunda huella. Se produjeron miles de muertes, se destruyó gran parte del territorio y los moriscos fueron expulsados. Felipe II consideró la rebelión un delito de lesa majestad y los levantiscos fueron condenados como traidores, por lo que se justificaba legalmente su esclavitud, a pesar de estar bautizados. A partir de febrero de 1571, todos los moriscos, tanto los rebeldes como los “de paces”, fueron deportados en masa al resto de territorios castellanos. Sus bienes fueron confiscados y repartidos entre repobladores cristianos viejos que debían ocupar las nuevas áreas vacías. Sin embargo, la repoblación no solucionó el impresionante despoblamiento provocado por la expulsión. El territorio, a la postre, pasaría por un importante período de crisis económica y Granada nunca lograría a recuperar el papel que había ocupado en la Monarquía desde su conquista. Los moriscos granadinos, por su parte, siguieron el mismo destino que el resto de los que poblaban la Península: su deportación definitiva entre 1609 y 1613.

Moriscos, grabado de Cristoph Weiditz

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Con motivo del Congreso Internacional “Recordar la Guerra, Construir la Paz” que se celebrará del 21 al 24 de noviembre en Bubión y Laujar de Andarax, el profesor del Departamento de Historia Moderna y de América de la Universidad de Granada, Antonio Jiménez Estrella ha compartido estas líneas que resumen el conflicto armado que culminó con la expulsión de los moriscos.

Antonio Jiménez Estrella coordina junto a Javier Castillo Fernández la Mesa “La Guerra en la Edad Moderna” en la que se debatirá sobre la misma guerra de rebelión y sobre todos aquellos aspectos que estaban relacionados con la guerra, el ejército y lo militar en los siglos XVI y XVII, en relación a aspectos tan importantes como los escenarios bélicos, las campañas militares, la táctica y tecnología bélicas, la movilización de hombres y recursos, la administración militar, las relaciones del ejército con la sociedad y la economía en la época, el papel desempeñado por las milicias y las tropas de base ciudadana, así como el desarrollo de las guerras de guerrillas y la contrainsurgencia en la época.